Friday, May 22, 2015

A mí no me apresuren a comer

Ayer fuimos a comprar el material para las invitaciones al cumpleaños de Víctor. Era la hora de la comida (acá se come de 12:00 a 2:00), y pensamos que podíamos aprovechar para comer fuera siempre y cuando no gastáramos mucho. Las opciones eran las hamburguesas del payaso con sonrisa ridícula, un restauarante de bagels adornado muy al estilo Nueva York o un pequeño bistrot que, bueno, no tenía un aire maravilloso, pero me hacía sentir más cómoda. Adivinen mi elección.

Pero aunque seguro adivinaron, me voy a permitir explicarla porque estuve reflexionando al respecto. Al restaurante de ese payaso ya no voy nunca. Nunca. Fui, es cierto. Me atrevo a decir que pocas veces, pero siempre es demasiado, como dice Jovic. Pero no voy por convicción. No voy porque pretendo ser congruente. No lo soy, pero lo intento. Ese restaurante representa muchas de las cosas que a mi juicio están mal en el mundo. No puedo ser tan indolente y sentarme en sus mesas a comer su avaricia, su maldad, su falta de interés por las sociedades, su descuido por la alimentación. Hay que tener principios.

Hago aquí un paréntesis. Por la misma razón dejé de tomar Coca-Cola. Y ahí sí era una adicción: tomaba, por lo menos, un litro de Coca-Cola Light al día. Recuerdo que alguna vez mi suegra me dijo: "a ti te queda muy bien la canción de Benabar: 'il combat avec virulence l'impérialisme américain, qu'il attaque sans complaisance, un coca light à la main'". Ah, cómo me dolió.

Bueno, pero ayer. Me puse a pensar por qué no quería entrar al restaurante de bagels. Para mí, un bagel no es comida (así como para Emilia la gelatina no es postre, opinión que comparto, por cierto). No, a mí me gusta sentarme con calma, tomar un aperitivo y botanear, platicar, una entrada, un vino, un plato fuerte... Miren, hasta decirlo toma su tiempo, y eso que no pedimos postre (siempre pedimos menú de entrada y plato fuerte, nada más). En cambio, un bagel. Comer un bagel. -¿Qué comiste? -Un bagel. Nah, no es lo mío. Ayer comí una entrada de salmón con surimi, ensalada de lechuga con vinagreta, pescado en salsa de cítricos y dos copas de vino rosado. Mh, estuvo rico. Todo acompañado de Jovic y su sabrosa conversación.

Y pensé en que a mí no me gusta que me apresuren para nada. Pensé que disfruto más hacer las cosas lentamente, lentamente. Creo que ésa es una de las razones por las que Facebook me tenía tan insatisfecha, porque no me gustaba mi personalidad ahí. Hay que aprender a usar las redes sociales. Yo no supe, abusé. Pero creo que prefiero no estar en un foro con 300 personas.

Bendita Francia, con su aperitivo, entrada, plato fuerte, postre, digestivo, café... Sí, no hay duda de que caí en el país perfecto para mí. 

Por cierto, hace tres días me di cuenta de algo que no he dejado de pensar: podríamos decir que llevo tres años en Francia, ¡y no he probado el coq au vin! Eso sí es un sacrilegio, qué barbaridad. 


2 comments:

Mamá-Z said...

Esta publicación tiene aroma y sabor. Me la quiero comer.

Mariposa said...

El restaurante era un poquito mejor que Chez Myriam, pero por los mismos precios.